Por: LCC Judá Álvarez
Vivimos en una era de intensas turbulencias y de mucho desencanto y desconcierto social y político. Las tensiones geopolíticas cada vez más profundas transforman las relaciones internacionales, y el tribalismo político pone al descubierto hondas fisuras en los países. La propagación de tecnologías exponenciales está trastocando radicalmente los supuestos de larga data en relación con la seguridad, la política, la economía y tantas otras cosas.
Una de esas turbulencias es la migración, la triste realidad es que en los dos últimos años hubo importantes episodios de migración y desplazamiento, que causaron grandes dificultades, traumas y pérdidas de vidas. Los principales fueron los desplazamientos de millones de personas a raíz de conflictos (por ejemplo, dentro y hacia fuera de la República Árabe Siria, el Yemen, la República Centroafricana, la República Democrática del Congo y Sudán del Sur) y a raíz de situaciones de violencia
extrema (como la ejercida contra los rohinyá, que tuvieron que ponerse a salvo en Bangladesh) o de grave inestabilidad económica y política (como la que afectó a millones de venezolanos).
También fuimos testigos de un aumento de la escala de la migración en consonancia con las tendencias recientes. Se estima que en el mundo hay cerca de 272 millones de migrantes internacionales, y que casi dos tercios de ellos son migrantes laborales. Esta cifra sigue siendo un porcentaje muy pequeño de la población mundial (el 3,5%), lo que significa que la enorme mayoría de las personas del mundo (el 96,5%) residen en su país natal. Sin embargo, estas estimaciones del número y la proporción de migrantes internacionales ya superan algunas proyecciones hechas para el año 2050, que pronosticaban un 2,6%, o 230 millones, de migrantes internacionales.
Dicho esto, es bien sabido que la escala y el ritmo de la migración internacional son muy difíciles de predecir con exactitud, porque están estrechamente relacionados con acontecimientos puntuales o de duración limitada (como las situaciones de inestabilidad grave, crisis económica o conflicto), además de las tendencias a largo plazo (como los cambios demográficos, el desarrollo económico, los avances de la
tecnología de las comunicaciones y el acceso al transporte). También sabemos, por los datos recabados a lo largo del tiempo, que la migración internacional no es uniforme en todo el mundo, sino que responde a factores económicos, geográficos, demográficos y de otra índole que conforman claros patrones de migración, como los “corredores” migratorios establecidos a lo largo de muchos años.
Los principales corredores llevan generalmente de países en desarrollo a economías más grandes como las de los Estados Unidos de América, Francia, la Federación de Rusia, los Emiratos Árabes Unidos y la Arabia Saudita. Es probable que esta pauta perdure largo tiempo, especialmente porque las proyecciones indican que la población de algunas subregiones y países en desarrollo crecerá en los próximos decenios, aumentando el potencial migratorio de las generaciones futuras.
En 2019 había en el mundo 272 millones de migrantes internacionales (equivalentes al 3,5% de la población mundial). El 52% de los migrantes internacionales eran varones; el 48% eran mujeres. El 74% de los migrantes internacionales eran personas en edad de trabajar (de 20 a 64 años). La India tuvo el número más alto de migrantes residentes en el extranjero (17,5 millones), seguida de México y China (11,8 millones y 10,7 millones, respectivamente). Los Estados Unidos de América mantuvieron el primer
lugar entre los países de destino (con 50,7 millones de migrantes internacionales).
Asi, entre 2013 y 2017, los países de ingresos altos experimentaron una ligera caída del número de trabajadores migrantes (de 112,3 millones a 111,2 millones). Los países de ingreso mediano alto registraron el aumento más marcado (de 17,5 millones a 30,5 millones). En 2017, a nivel mundial, los trabajadores migrantes varones superaron a las mujeres en 28 millones. Ese año, la fuerza total de trabajadores migrantes se compuso de 96 millones de hombres (el 58%) y 68 millones de mujeres (el 42%).
Las remesas internacionales ascendieron a 689.000 millones de dólares de los Estados Unidos en 2018.
Los tres principales países receptores de remesas fueron la India (78.600 millones de dólares de los Estados Unidos), China (67.400 millones de dólares de los Estados Unidos) y México (35.700 millones de dólares de los Estados Unidos). Los Estados Unidos de América siguieron siendo el principal país expedidor de remesas (68.000 millones de dólares de los Estados Unidos), seguidos de los Emiratos Árabes Unidos (44.400 millones de dólares de los Estados Unidos) y la Arabia Saudita (36.100 millones de dólares de los Estados Unidos).
La población mundial de refugiados se cifró en 25,9 millones en 2018. Ese año hubo 20,4 millones de refugiados bajo el mandato de la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) y 5,5 millones de refugiados bajo el mandato del Organismo de Obras Públicas y Socorro de las Naciones Unidas para los Refugiados de Palestina en el Cercano Oriente (OOPS). El 52% de la población mundial de refugiados tenía menos de 18 años de edad.
El número de desplazados internos a raíz de la violencia y los conflictos alcanzó los 41,3 millones de personas. Esta cifra fue la más alta jamás registrada desde que comenzó a funcionar el Centro de Seguimiento de los Desplazamientos Internos en 1998. La República Árabe Siria tuvo el número más alto de personas desplazadas (6,1 millones), seguida de Colombia (5,8 millones) y la República Democrática
del Congo (3,1millones).
El total mundial de personas apátridas se situó en 3,9 millones en 2018. Bangladesh tuvo el número más elevado de apátridas (alrededor de 906.000), seguido de Côte d’Ivoire (692.000) y Myanmar (620.000).
Los patrones de migración varían de una región a otra. Mientras que la mayoría de los migrantes internacionales nacidos en África, Asia y Europa residen dentro de sus regiones natales, la mayor parte de los migrantes de América Latina y el Caribe y América del Norte residen fuera de las regiones en que nacieron. En Oceanía, el número de migrantes intrarregionales siguió siendo muy similar al de los
residentes fuera de la región en 2019. Más de la mitad de los migrantes internacionales del mundo (141 millones) vivían en Europa y América del Norte.
El desplazamiento siguió siendo un fenómeno importante en algunas regiones. La República Árabe Siria y Turquía fueron los países de origen y de acogida de las mayores cantidades de refugiados a nivel mundial, con 6,7 millones y 3,7 millones, respectivamente. El Canadá pasó a ser el principal país de reasentamiento de refugiados, superando a los Estados Unidos de América en este parámetro en 2018.
Filipinas tuvo el número más elevado de nuevos desplazamientos a raíz de desastres en 2018 (3,8millones). Alrededor de 4 millones de venezolanos habían abandonado el país a mediados de 2019.
La República Bolivariana de Venezuela fue el principal país de origen de solicitantes de asilo en 2018 (más de 340.000).
La migración y la salud presentan una relación dinámica y compleja que trasciende con creces los momentos de crisis. La migración puede comportar una mayor exposición a riesgos para la salud, pero también se relaciona con una mejora de esta, especialmente en el caso de quienes migran para ponerse a salvo de un daño. Aunque la mayoría de los niños que migran lo hacen en el marco de procesos de
migración seguros y como parte de una unidad familiar, muchos otros menores migrantes carecen de una protección efectiva contra los daños y están expuestos a violaciones de los derechos humanos en todas las etapas de sus viajes. La estimación mundial más reciente del número total de niños migrantes se sitúa en torno a los 31 millones. Hay alrededor de 13 millones de menores refugiados, 936.000 menores solicitantes de asilo y 17 millones de niños que han tenido que desplazarse dentro de sus países.
Hay crecientes pruebas de que la magnitud y la frecuencia de los fenómenos meteorológicos extremos van en aumento, y se prevé que ello afectará cada vez más a la migración y a otras formas de movimientos. Aunque la movilidad humana causada por el cambio climático y medioambiental se encuadra a menudo en un marco de protección y seguridad, el hecho de entender la movilidad como una adaptación permite integrar la capacidad de actuar de los propios migrantes en la ecuación de la
respuesta.
La migración es un tema eminentemente político. En el último decenio, la politización de la migración se ha puesto de manifiesto de distintas formas: por el miedo de los países occidentales a una afluencia de masas de migrantes procedentes de los países del antiguo bloque soviético y, en la Unión Europea, de una invasión de ciudadanos de los nuevos países miembros ante cada ampliación de la Unión; por el cuestionamiento del papel de los migrantes en las turbulencias sociales y económicas generadas por la
crisis financiera en Asia Sudoriental; por las políticas restrictivas y la violenta reacción contra la inmigración después de los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001; por los repetidos estallidos de xenofobia en varios países africanos que culpan a los migrantes de sus crisis internas; y por la explotación de los problemas de la migración por algunos políticos para ganarse a nuevos sectores del electorado. Todos estos ejemplos ilustran la estrecha vinculación existente entre las cuestiones
económicas, políticas y sociales, por una parte, y la movilidad, por la otra. Más que nunca antes, la migración es ahora un blanco fácil, con connotaciones psicológicas, económicas y de relaciones públicas.
Dentro de los cambios que están ocurriendo, se observa un aumento de la instrumentalización de la migración internacional. Algunos la están utilizando como arma política, para socavar la democracia y la participación cívica inclusiva, apelando al miedo comprensible de las comunidades ante el acelerado ritmo de cambio y la creciente incertidumbre de nuestros tiempos. Ciertos dirigentes procuran dividir a
las comunidades en el tema de la migración, minimizando los importantes beneficios y el gran enriquecimiento que trae consigo y pasando, obstinadamente, por alto las historias de migración de nuestros pueblos. Estamos siendo testigos de un uso creciente de los medios sociales como herramientas de división y polarización en distintos ámbitos, no solo en el de la migración, pero en ocasiones hemos visto el despliegue de “tácticas tribales” por activistas en línea que intentan proyectar
una imagen negativa y engañosa de la migración. Esta representación cambiante de la migración internacional se sustenta en la absorción de innovaciones tecnológicas, particularmente de la tecnología de la información y las comunicaciones (TIC). Sin embargo, debemos recordar también que la politización de la migración no es un fenómeno nuevo, siempre ha sido utilizada por políticos para llevar
agua a su molino.
No se debe perder de vista que la enorme mayoría de las personas que migran a otros países lo hacen por motivos relacionados con el trabajo, la familia o los estudios, en procesos migratorios que, en su mayor parte, no son fuentes de problemas ni para los migrantes ni para países que los acogen. Sin embargo, otras personas abandonan sus hogares y sus países por una serie de razones imperiosas y a veces trágicas, por ejemplo por conflictos, persecuciones o desastres. Aunque las personas desplazadas,
como los refugiados y los desplazados internos, representan un porcentaje relativamente bajo del total de migrantes, suelen ser los más necesitados de asistencia y apoyo.
Los Estados Unidos de América han sido el principal país de destino de los migrantes internacionales desde 1970. Desde entonces, el número de personas nacidas en el extranjero que residen en el país se ha cuadruplicado con creces, pasando de menos de 12 millones en 1970 a cerca de 51 millones en 2019.
Alemania, que ocupa el segundo lugar entre los países de destino de los migrantes, también ha experimentado un aumento a lo largo de los años, llegando a 13,1 millones en 2019, frente a 8,9 millones en 2000. Más del 40% de todos los migrantes internacionales del mundo en 2019 (112 millones) habían nacido en Asia, en su mayoría en la India (el principal país de origen), China y países de Asia Meridional como Bangladesh, el Pakistán y el Afganistán. México ocupaba el segundo lugar entre
los países de origen, y la Federación de Rusia, el cuarto. Varios otros países europeos, como Ucrania, Polonia, el Reino Unido y Alemania, tenían un número considerable de emigrantes.
El periplo migrante continua, el mapa ofrece números y más números, lo interesante aquí, es dar el debido valor y respeto a la dignidad de cada persona, venga de donde venga y sea de donde sea, parar de tajo la xenofobia, la discriminacion, el odio, el racismo, la segregación, azuzada sistemáticamente desde el poder político en todas partes del mundo, el discurso incendiario, difamatorio e infamatorio, la
persecución vil, rastrera y aberrante e indiscriminada contra migrantes, violentando sus derechos humanos más elementales.
Actualmente, la cuestión de cómo convivir en esas comunidades cada vez más diversas es sin duda el aspecto central, pero las dificultades que plantea la inclusión de los migrantes se ven agravadas por las muchas opiniones y voces diferentes sobre el tema. Junto con los migrantes y los Estados, un amplio espectro de instancias —como las organizaciones de la sociedad civil, las comunidades y las autoridades
locales— están desempeñando ahora una función de creciente importancia en la inclusión de los migrantes. Además, prácticamente cualquier persona puede hoy día expresar en público sus opiniones sobre la inmigración y la inclusión de los migrantes. La politización de la migración con fines electorales ha elevado este fenómeno a la categoría de asunto de interés público. Debido en parte a las imágenes negativas presentadas por los partidos políticos y transmitidas y difundidas por los medios de
comunicación, algunos países están percibiendo a los migrantes como un riesgo para la identidad, los valores, la estabilidad económica y la seguridad nacionales y, más en general, como una amenaza para la cohesión social. A pesar de las importantes contribuciones sociales y económicas que aportan los migrantes, el sentimiento de rechazo a la inmigración se ha plasmado en casos de severa y persistente
intolerancia, discriminación, racismo, xenofobia e incluso extremismo muy violento hacia los migrantes, especialmente en los países en que se han abierto camino gobiernos basados en el nacionalismo, el patriotismo y el populismo.
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